He tenido una revelación, ¡la terapia es como el buceo!
Aprovechando las temperaturas infernales, la búsqueda de curiosidades submarinas se ha convertido en una de las actividades de moda en mi verano.
Comenzaré explicando mi manera de bucear, ya que quizá el concepto “buceo” no sea el más adecuado a mi ejecución. Yo nado en la superficie del mar o apenas unos centímetros por debajo, lo que me facilita la respiración, ya que no utilizo tubo (ni bombona, claro), de hecho, tampoco utilizo neopreno, ni aletas, mi equipamiento se limita a unas gafas de natación y un bañador. Así me siento cómodo.
En lo referente a la técnica, rudimentaria. Me desplazo con movimientos suaves y periódicamente asomo la cabeza para tomar aire. Tras unos minutos repitiendo el proceso, me encuentro cansado, así que me tumbo boca arriba, descansando la respiración y el cuello, y vuelta a empezar.
¿Qué tiene en común mi estilo de buceo con mi estilo de terapia? Pues sorprendentemente, ¡muchas cosas!
Trataré de enumerar algunos aspectos:
- La respiración: bucear en apnea me permite conectar con mi cuerpo (y por tanto, estar más pendiente de él), me ofrece silencio y tranquilidad. Este pausar las respiración es similar a la escucha sin juicio (es un “suspender”). Periódicamente me hace sacar la cabeza para coger aire, lo que en sesión es coger perspectiva y mirar qué sucede más allá de las palabras (consultarme cómo va el proceso). El silencio agudiza otras sensaciones, en sesión necesito ir más allá de las palabras, necesito observar las inflexiones de la voz o cambios posturales. El silencio me pone en paz conmigo, es un “detener el pensamiento”.
- El movimiento: me desplazo con movimientos suaves y adaptados al entorno. Suaves para no mover la arena, para no remover aquello que está asentado y despistar/me (perder visión). Suaves para no asustar a los peces, para respetar su ritmo (el del paciente). Lo que no significa que puntualmente no recurra a un movimiento más enérgico para provocar que algo suceda.
El movimiento se adapta al entorno, en lugares de poca profundidad no puedo apenas darme impulso, lo que es equivalente a respetar el espacio del paciente (no ser invasivo e/o impaciente), adaptarme al espacio que me deja y no golpear su fondo, solo observarlo.
- El desplazamiento: aprender a respetar las corrientes marinas ahorra energía y frustración, asumir que llegaré al lugar de un modo más “natural” si me apoyo en la marea (como necesidad/interés del paciente), que si lucho contra ella (pretender seguir mi camino). Asimismo confiar en que las corrientes me empujarán a los lugares más interesantes, igual que hacen con plantas, animales y objetos.
- El descanso: tanto a nivel físico como atencional, necesito parar, entre sesión y sesión, mirar lejos, mirar otras cosas, a veces buscar información sobre lo visto para entenderlo o consultar a buzos expertos. Mi energía y mi atención no son ilimitados, si no descanso y me cuido fuera del agua, no podré realizar la siguiente inmersión con energía y con interés.
- La mirada: mis ojos se mueven sin un patrón, buscan aquí y allá aquello que les llama la atención, generalmente vida, movimiento y/o color. Si pretendo encontrar algo concreto, mi mirada ignora otros inputs, me puedo perder bellezas inesperadas, si no busco nada concreto, me dejo impactar con mayor facilidad, una piedra, las formas de la arena o una alga pueden interesarme.
Cada vez que saco la cabeza, miro alrededor y cojo referencias espaciales, me tengo que orientar, vigilar territorios rocosos y no alejarme demasiado de la costa por si me desoriento, ya que es en la costa donde contactan la tierra (sujeto) y el mar (entorno), es donde se producen los encuentros más interesantes.
En la mirada hay otro aspecto que me interesa enormemente, la posición de mi cabeza/cuello, ya que la mayor revelación de estos días ha sido tomar consciencia de que si miro hacia adelante, tratando de anticipar lo que vendrá o buscar más allá de lo que tengo delante, me canso, mi cuello se carga y además me pierdo los detalles. En cambio si estoy en el aquí, mirando lo que sucede debajo de mí justo en ese momento, puedo sostener mi atención mucho más tiempo, fijarme con detenimiento y flexibilidad (ya que no estoy en una posición forzada). Si dejo de intentar anticiparme, mejora mi atención y disminuye el cansancio. Más teniendo presente que solo puedo actuar sobre lo que está a mi alcance.
- El otro: la terapia es bucear con un otro y en un otro. Yo acompaño, espero, sigo, me comunico, juego… y señalo aquello que me parece interesante, el resto no depende de mí. A veces lo más interesante en el mar es mi acompañante, su respirar, mirar, mover/se, parar… A través de él puedo entender cómo siente la experiencia, que tiene elementos en común con la mía, pero nunca es igual. Y en esa diferencia está el proceso, el enriquecimiento, la vivencia y la gracia de todo esto.
Como suele sucederme, cierro el tema sin sentir que está cerrado, sabiendo que podría profundizar (qué apropiada expresión) mucho más. Y para poder salir de esta sin tensión, me queda invitarte a bucear conmigo, en el mar, en una cafetería, en mi despacho, en la montaña o allá donde decidamos que nos apetece sumergirnos.