Encuentros para sostener la esperanza

Hace unos días, expresaba a un amigo mis angustias existenciales, en concreto aquella que habla de la deriva social: el individualismo, la soledad, el miedo, la desconexión… Él, filósofo de lo cotidiano, me remitía una vez más a la idea de que la esperanza reside en lo pequeño, en lo cercano. No es la primera ni la última vez que miramos el asunto, a mí me angustia a menudo, me empuja a apagar el televisor y sentirme desconectado de muchos, es mi ajuste para poder sobrellevar la tristeza. Mientras tanto sigo manteniendo entre mis manos, en forma de copa, la esperanza, porque la necesito para alimentar mi amor al otro.

Hablamos sobre política, cultura, sociedad, especialmente sobre el miedo y el aislamiento. El miedo, como emoción primaria que genera la energía necesaria para iniciar una acción, emoción cultivada por los políticos, alimentada por los medios, que genera desconfianza, inseguridad y que acaba activando mecanismos defensivos camuflados (rechazo, ira, asco…). El aislamiento, se encarga de mantenernos inoperantes, desde la soledad no me siento capaz de cambiar nada, me siento débil, frágil y diferente. Mi amigo (y maestro), me imbuía (yo me dejaba, felizmente) su idea sobre la necesidad del otro, del grupo, de la cooperación, de la confianza, del apoyo altruista. Me gusta su intención porque la pone en práctica, la prueba, aprende, confía, él es así.

Este encuentro también removió mi conciencia, mi experiencia y camino. Mi movimiento actual es ligeramente diferente, complementario, creo. Ahora apuesto, pruebo y confío en los “contactos”, cada encuentro con el otro permite infinitas posibilidades, si pongo consciencia, recupero el control de quién soy y qué hago. Si contacto con mi necesidad más íntima, puedo relacionarme desde el afecto, la fragilidad, la firmeza, la compasión o cualquier otro lugar. Puedo mirar al alumno, paciente, amigo, pareja o desconocido desde aquello que nos une en tanto personas con necesidades universales. Y mirando así me arriesgo a no ser correspondido, a que me hieran, esos son mis miedos. Y si “contacto” sin mirar, difícilmente me herirán, pero seguro que el encuentro no será enriquecedor, porque al acabar, yo seguiré siendo el mismo que era, y el otro, probablemente, también. Si en cada experiencia me abro, me expongo, puedo ganar y/o perder. Si no lo hago, todo permanece igual…y a mi no me gusta cómo está todo. Quiero cambio y asumo el riesgo siempre que puedo/quiero.

Hoy estoy así, más enrevesado, más profundo y más confuso (o más claro, según se mire).